Cuenta Domingo Alberto Rangel en su entretenido
libro Entre Gochos y Maracuchos, que
entre 1936 y 1980 (año en el que nací) la economía venezolana era las más
dinámica o figuraba entre las más dinámicas de América Latina.
No lo dudo, mi padre, un antioqueño criado en el
departamento de Santander (Colombia), pero tan venezolano hoy en día como
la arepa, me cuenta que cuando promediaba los 22 años
buena parte de sus contemporáneos –que compartían con él los deseos de fuga de
aquél país convulsionado por la violencia– pensaban: ¡hay que salir de
Colombia, solo dos países nos ofrecen posibilidades infinitas, Estados Unidos y
Venezuela!
Mi papá, que nada sabía de inglés y difícilmente podía
reunir lo necesario para llegar a la nación de los gringos, fue a recalar al oriente
del país, a Puerto Ordaz. Allí trabajó en la construcción de la represa del
Guri, que forma parte de la central hidroeléctrica "Simón Bolívar", la
segunda mayor de América.
Cuando
corría el año 1976 ó tal vez el 77 (la memoria no es perfecta), mi padre se
viene al Zulia tras la promesa de un trabajo bien remunerado. Llega al terminal
de Maracaibo a las 10 de la noche y se embarca en un Dodge Dart que fungía de
taxi y que era conducido por un personaje de apellido Urdaneta, un maracucho de
pura cepa.
Le pide al taxista que lo lleve a un hotel ubicado frente a la Plaza de las Madres (justo donde hoy funciona una venta de Cerámicas) donde supuestamente iba a encontrarse con unos paisanos que le tenderían la mano, pero no logra encontrarlos. Eran tiempos donde un teléfono celular solo podía ser visto en las películas de ciencia ficción, así que fue imposible que mi papá contactara a la gente que buscaba.
Sin saber a dónde dirigirse en una ciudad grande y nueva para él, a la
sombra de la noche y con escasísimas monedas en el bolsillo, le pide al
conductor que por favor lo lleve a buscar algún hotel económico. Entonces, el
señor Urdaneta, mucho mayor que mi padre, le dice con la mayor naturalidad “No te
pongáis a dar vueltas mijo, quién sabe qué te puede pasar por ahí, vente pa’ mi
casa, descansáis y mañana vemos que pasa”.
Al
otro día, bien temprano, el taxista lo traslada desde su casa del Saladillo a
la costa oriental del lago, a las instalaciones de Etoxil en Santa Rita, de
dónde había recibido la oferta de trabajo. Tras presentarse ante un capataz descubre
que el trabajo se lo han dado a otro. El señor Urdaneta, quien lo estaba
esperado en el vehículo, no le cobra
nada a mi padre ante semejante situación. Por días le ofrece asilo en su casa,
hasta que mi progenitor encuentra trabajo en la planta termoeléctrica Ramón Laguna de los Haticos, donde finalmente participaría en
la construcción de las calderas 13, 14 y 15.
Mi
padre, recién llegado a una Maracaibo que ya había derrumbado buena parte del Saladillo, decide que esta sería su ciudad. Sorprendido por la nobleza y
honestidad de su gente, muy diferente al perfil humano de los habitantes de otras
ciudades que había visitado, opta por volver a Colombia, casarse con mi mamá y traérsela
al Saladillo (a una de las pocas cuadras que aún hoy continúan en pie). En el recién
inaugurado Hospital Raúl Leoni del Marite nacería yo, y en el barrio el Saladillo
pasaría mis primeros meses de vida.
Por Jinderson Quiroz.
[Estoy recabando fondos para publicar un libro de mi autoría titulado 10 SECRETOS OCULTOS DE MARACAIBO. Si estás interesado en adquirir una copia digital por favor contáctame a través de mi cuenta twitter @maracaibogratis o déjame un mensaje]
Uuuuuffff que buen escrito... me gusto muchoooo!
ResponderEliminarMe gusto tu historia, al venezolano le gusta ayudar, quilla fue una epoca gloriosa para la economia de Vzla y a nivel social estamabos mas desarrollados que ahora, nadie en sus ano jucio se va a la casa de un desconocido.
ResponderEliminarEsto tambien me gusto mucho! No soy amante de la lectura pero sin duda alguna esto me cautivo!!
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