Sí, creí que solo les pasaba a los gringos, pero
resulta que los argentinos tampoco saben dónde queda Venezuela. Bueno,
ciertamente no todos, pero buena parte de ellos desconocen que Venezuela se
ubica en Suramérica. Este detalle fue algo que me impresionó en mi reciente
viaje decembrino a Buenos Aires, y lo descubrí al buscar infructuosamente
antiguas postales de mi país entre los puestos de antigüedades del
impresionante Mercado de San Telmo. – ¿Tiene postales o fotos viejas de
Venezuela señor? – Ché, buscátela allí, en la caja de “Postales de
Centroamérica” –me respondían–. Después de hablar con unos cuantos porteños
descubrí que muchos no saben con certeza si Venezuela forma parte de Centro o
Sur América, parece ser que para ellos, que están tan al sur, todo lo que se
ubica en la zona media del mapa de nuestro continente debe ser llamado
Centroamérica. Ah… pero del fallecido presidente Chávez, Maduro y nuestro
control de cambio sí que saben.
Argentina está atravesando el mismo proceso que ha
venido soportando Venezuela en los últimos años. Ostentan una generosa
industria nacional, y producen buena parte de sus alimentos, sin embargo, al
preguntar por algunos artefactos tecnológicos las respuestas pueden sonar
conocidas para los venezolanos: –En estos momentos no lo tenemos, es muy
difícil que lo encontrés porque el gobierno ha restringido la importación por
el tema de los dólares. –Entiendo, gracias amigo (exclama uno con cierto dejo
de morbosidad, como quien conoce el futuro de su interlocutor). –No, ¡por
favor! –es la respuesta de ellos, que casi no usan el “de nada” venezolano, sino
esta expresión tan calurosa que reafirma su disposición a atender amablemente a
todo turista que los visita.
Si te encuentras en el micro centro de la ciudad de
Buenos Aires, que agrupa buena parte de los íconos políticos, turísticos y
económicos de la nación argentina, fácilmente te toparás con ciudadanos que
despotrican vehementemente todas las decisiones del gobierno de la actual
mandataria Cristina de Kirchner, personas que rematarán la conversación
diciendo algo que suena muy conocido (solo que con acento argentino) “No...
pero esto pronto caerá, los argentinos están acostumbrados a la buena vida,
aquí no nos aguantamos la devaluación del peso ni estos cortes eléctricos por mucho
tiempo, viste”.
Luego, una experiencia diametralmente opuesta. Cuando
visitamos el popular barrio de la Boca, que tiene como principales atractivos a
su bello “Caminito” y el inigualable estadio de fútbol de la Bombonera (llamado
así por su aspecto parecido al de una caja de bombones) el testimonio de los
habitantes cambia rotundamente. La Boca se encuentra hacia el sur del centro, y
se trata de un barrio mucho más humilde, con habitantes que viven en casas
menos ostentosas y se dedican a labores no muy bien remuneradas; allí, sin que
preguntáramos, nos hicieron llegar sus optimistas impresiones acerca de lo que
se vive en Venezuela y Argentina. Los “K”, como le llaman a los seguidores del
actual mandato, creen firmemente que van por buen camino, y otra vez resuenan
palabras conocidísimas en Venezuela: –Los diarios burgueses hablan de
corrupción, pero se les olvidó todo lo que hicieron los anteriores mandatos,
cuando nos hicieron el “corralito” los diarios no denunciaron nada y ahora
vienen a dársela de santos. Sí, puede que algunos estén robando, pero al menos
esta vez le llega algo de dinero al pueblo, vos podés ver que construyen casas,
centros asistenciales, ¿antes?, ché, antes no veías nada de eso. Y qué vas a
hacer, si la opción que tenés al frente es peor que lo que tenemos ahora!
En Boca descubrí que el fútbol argentino, antes del
gobierno de los Kirchner, solo podía ser disfrutado por televisión por aquellos
que pagaban el derecho a ver los partidos. Esto cambió y el pueblo puede ver su
fútbol sin tener que pagar. Una medida populista del actual mandato, pero sin
duda una medida justa y necesaria. ¿Se imaginan no poder ver por televisión un
juego de las Águilas o un Caracas-Magallanes si no pudiste pagarlo? Y es que en
la Argentina aún subsisten medidas propias del capitalismo más avasallador. Si
recibes una llamada en tu teléfono celular muchas veces tendrás que pagar por
haberla recibido, muy a pesar de lo que también tiene que cancelar el que
realiza la llamada. En los bancos te cobran hasta por entrar, y el costo del
agua embotellada puede llegar a asustar a cualquiera. Buenos Aires es una
ciudad despreocupada, pero cara, al viajero frecuente puede recordarle París
con facilidad por su belleza arquitectónica y el precio de algunas cosas (en
comparación con otras ciudades latinoamericanas).
Otro detalle que no olvidaremos jamás de Caminito es
el personaje argentino que nos convidó a entrar de manera jocosa a su
restaurante típico de carnes diciendo: “¿Venezolanos? Aceptamos tarjetas de crédito,
Cesta Tickets, Sodexho…” Días después volveríamos a escuchar de la boca de
muchos algo parecido en la concurrida calle peatonal Florida: “Hola, sos
venezolano? Aceptamos Cadivi, cobramos el 20 por ciento…”. Caso omiso y continuamos.
En el pequeño pero cómodo apartamento bonaerense que
alquilamos para pasar dos semanas (incluyendo navidad y fin de año), recibimos
la visita de una amiga caraqueña (educadora de profesión) quien nos ofreció sus
impresiones acerca de la cultura argentina tras convivir con ellos
aproximadamente dos años: “Los porteños son muy cultos, porque les gusta la
lectura, el teatro, la música, pero a la vez son un pueblo bastante vacío, que
viven pendientes de los chismes de la farándula y que centran mucho su atención
en cosas superficiales, como el fútbol”. Efectivamente, la televisión argentina
es amarillista, la programación de algunos canales me recuerda mucho la
televisión venezolana de los años noventa, con exceso de anunciantes y
estrechez de contenido; el héroe nacional es Marcelo Tinelli, un conocidísimo presentador
de televisión (una especie de mezcla entre Luis Chataing y Daniel Sarcos). Los
periodistas siempre están pendientes de lo que sucede con Messi y el Papa
Francisco, las futuras generaciones argentinas tendrán un contingente de Lioneles y Franciscos. Los canales del estado presentan todas las noticias
desde la óptica del oficialismo, y los canales de la oposición hacen lo propio
para combatirlos. Para la mitad del país todo está bien, y para la otra nada
sirve. Descubrí que a veces resulta muy triste verse al espejo.
Pero Buenos Aires, con todo y sus problemas típicos
de pueblo latinoamericano, es un espectáculo de ciudad. El centro de la urbe
goza de mucha seguridad, puedes ver gente en la calle a las doce de la noche
usando su teléfono celular sin la menor preocupación, aunque sí tuvimos la
oportunidad de ver un intento de robo en la avenida Avellaneda, una zona que no
es muy frecuentada por turistas. Su sistema de transporte es impresionante, con
una tarjeta llamada SUBE (Sistema Único Boleto Electrónico), que recargas
cómodamente una y otra vez, puedes embarcarte tanto en colectivos, como en
subtes (metro) y trenes. Algo llamativo a los ojos del venezolano: puedes
sobregirarte con la tarjeta, si te sobrepasas por 10 pesos no hay problema, es
lo que llaman “saldo anticipado”, un servicio que brinda la posibilidad de
disponer del servicio aunque no tengas dinero cargado a la tarjeta, al
recargarla simplemente te descuentan lo que te “prestaron”.
La gente no tiene tabúes al vestir, característica
que notamos inmediatamente al ver que el agente de migración que nos recibió
portaba un vistoso aro en la oreja y una corbata con su nudo aflojado como
parte de su look. Pueden verse muchos
hombres y mujeres de 60 años o más luciendo vistosos tatuajes mientras cargan a
sus nietos. A pesar de ser una ciudad extremadamente dinámica, los porteños
viven a otro ritmo, siempre tienen tiempo para ir a pasear a los hermosos
bosques de Palermo o para tomarse un mate, bebida estimulante y amarga que
sirve más bien para socializar, pues del pequeño recipiente donde se sirve todos
deben absorber usando la misma bombilla (una especie de pitillo metálico
generalmente adornado).
Por ser verano, el sol aparecía todos los días a las
cinco de la mañana y se ocultaba aproximadamente a las diez de la noche, era
como estar en Maracaibo en horario extendido, con una temperatura que siempre
coqueteaba los 40 grados centígrados. En esta época del año casi todas las
mujeres visten con shorts (todo un
deleite para los caballeros), y algunos hombres andan por las principales
avenidas con el dorso descubierto sin la menor preocupación. Las publicidades
de navidad muestran a San Nicolás en bermudas y disfrutando de la playa, la
emoción colectiva pasa más por la llegada del calor que por la pascua en sí,
los adornos navideños escasean y buena parte de los habitantes abandonan Buenos
Aires para irse de vacaciones a Mar del Plata o Punta del Este en Uruguay.
Para la fiesta de fin de año mis acompañantes y yo
decidimos pasarla en El Viejo Almacén, un típico restaurante que ofrece show de
tango. La velada fue magnífica, compartimos con turistas de todas partes del
mundo, hay que recordar que Argentina recibe 5,6 millones de turistas al año. La
sorpresa de la noche (y del viaje), fue la siguiente: Tras presenciar unos
fabulosos bailarines de tango, con ejecución de bandoneón en vivo incluida,
suben al escenario unos cinco personajes de aspecto boliviano, pero que
representan el norte de Argentina, pues diferente a lo que muchos piensan son bastantes
los argentinos de rasgo más bien indígena. Primero tocan algunos temas
gauchescos, luego escuchamos algo que nos resulta más familiar, el Alma Llanera
tocada en pleno barrio de San Telmo pero con instrumentos propios de los andes.
Nos embriaga la oportunidad de escuchar el segundo himno nacional justo antes
de partir el año pero cinco mil kilómetros más al sur de donde suena la gaita.
Una sorpresa que entonamos tres venezolanos en medio de un público atónito por
nuestra alegría, nunca supimos por qué sucedió, ¿acaso forma parte de su
repertorio habitual?, ya otro amigo venezolano que vive a orillas del Río de la
Plata nos había advertido antes (y pudimos constatarlo): “estos argentinos
tocan en las plazas públicas el tema Moliendo
Café y el público cree que es una invención de ellos”.
por Jinderson Quiroz
@maracaibogratis